Quienes se han mudado de ciudad alguna vez saben que la adaptación no siempre es fácil. Hay varios estudios que demuestran que el choque cultural es real, como el de Gullahorn, J. T. y Gullahorn, J. E. que data de 1963 y que divide la adaptación en cuatro etapas diferentes. Aunque en este blog solemos hablar de la adaptación de los hispanohablantes a Alemania, estas etapas podemos extrapolarlas a cualquier inmigrante que se mude a otro país, o ciudad, diferente.
Voy a tomar la idea de la
Gullahorn u curve, pero la ampliaré con otros datos que recopile, así como con mi propia experiencia y la de muchos otros inmigrantes que conozco.
Fase uno: Luna de miel
En esta fase las diferencias culturales no nos molestan, incluso nos pueden llegar a resultar graciosas, curiosas y hasta quedar fascinados con ellas. Todo se ve desde un punto de vista idealizado. La intriga y emoción de comenzar en un nuevo lugar nos motiva a vivirlo todo con mucha intensidad.
Esto es típico en los turistas; pasan poco tiempo en ese país, socializan algo con la gente y terminan enamorados del lugar. A pesar de que solo han visto la punta del iceberg, el lado bonito de esa cultura.
En el caso de la gente que se muda para vivir, esta etapa acabará en algún momento, aunque no hay un tiempo predeterminado, depende de la capacidad de adaptación de la persona, de lo diferentes que sean las culturas, de la buena o mala suerte que se tenga al conocer a la gente que allí vive, y un muy largo etcétera.
Yo viví en Berlín durante cinco meses, y aunque el primero fue duro, como todos los primeros meses en un lugar nuevo, creo que hasta el final del cuarto no empecé a ver esas pequeñas cosas que me molestaban de la ciudad. Estuve casi los cinco meses en esta fase de luna de miel, y, de hecho, el recuerdo que tengo de mi estancia en Berlín es muy bonito.
Fase dos: Choque cultural
También llamada fase hostil. Es la época crítica. Donde nos damos de lleno con la nueva realidad que nos rodea. Nos fijamos en todas las diferencias que hay entre nuestro país y este sitio nuevo, todavía desconocido; y esas diferencias nos molestan.
Las costumbres ajenas nos irritan. Aparecen por primera vez los estereotipos y los prejuicios; se piensa que la gente local es fría, son antipáticos o desagradables. Se extraña el hogar, los amigos y el entorno al que estábamos acostumbrados.
La burbuja se rompe y no sentimos ninguna conexión con el nuevo entorno.
Es una fase dura y complicada de la que muchos no consiguen salir. Algunos regresan a casa sin haberse adaptado; quedan estancados en esta fase que ha podido con ellos. Otros sufren durante años, luchan a contracorriente y acaban hastiados con todo.
Creo que todo inmigrante ha pasado por esta etapa, algunos han durado más, otros menos, y algunos fluctúan entre esta y la siguiente sin llegar a dejarla atrás de manera definitiva.