La historia que os voy a narrar a continuación paso hace ya
un año cuando conocimos a una chica española, bastante jovencita, proveniente
de un pequeño pueblo de la España profunda.
Estaba de Au Pair en una ciudad cerca de Colonia, aunque
parece ser que la familia para la que trabajaba no la trataba demasiado bien y
de una noche para otra tomó la decisión de volver a España.
No se sabe muy bien como o porqué, pero ni ella, ni sus
padres, ni demás familiares o amigos cercanos tenían entre sus posesiones una
tarjeta de crédito. ¿Objeto inexistente en los pueblos manchegos? Quien sabe.
Debido a esta falta de tarjeta de crédito hizo mover cielo y
tierra para poder volver esa misma semana a nuestra querida España.
Un bondadoso amigo le hizo la reserva del billete, pero ya
sabemos que con Ryanair hay que pagar la facturación de las maletas y con su
capital no podía permitirse pagar ninguna de las dos que llevaba.
Mi idea para ese domingo no era otra más que dejar pasar el
tiempo, leer un rato y aprovechar los rayos del sol en ese raro verano alemán.
Pero ella tenía otros planes, se iba a España, si o si, y me
daba cosa dejarla sola. Teníamos otra amiga que también se iba ese día, así que nada, nos montamos en el coche, prestado, de mi
compañera de piso, que lista ella, se quedó en Colonia y nosotros emprendimos
viaje al culo del mundo, pues saber que hay un aeropuerto llamado Düsseldorf
Weeze que está un poco en las afueras de la capital del Bundesland, y cuando
digo en las afueras me refiero a 2 km de la frontera con los Países Bajos.
Obviamente cuando llegamos al aeropuerto nos dijeron que por
las dos maletas el billete iba a salir caro, unos 400€, cosa que ella no se
podía permitir. Sabíamos que unas horas más tarde había otro vuelo para España
en el aeropuerto que si que está en Düsseldorf, con Iberia, por lo tanto una
maleta se iba con ella.
Fuimos al otro aeropuerto y aparcamos el coche donde, según
el conductor, no pasaba nada, “iban a ser dos minutos”.
En el mostrador de Iberia nos dijeron que si había billete
lo suficiente barato para que ella pudiese comprarlo y además una maleta
incluida. Ya veremos que haríamos con la segunda.
Volvimos al coche para recoger los bultos, ese coche
prestado, que no estaba donde debería de estar… de hecho no se le veía ni una
rueda por ninguna parte…
Preguntamos…
Sí, se lo había llevado la grúa. Y el vuelo salía en dos
horas. ¡Bravo!
¿Dónde estaba el coche? A tomar por saco. La conversación
con el segurata fue de lo más interesante.
- ¿Podría decirnos dónde están los coches que se lleva la
grúa?
- Está bastante lejos.
- Ya, vale. ¿Pero dónde es?
- Por allí al fondo.
- ¿Podría ser un poco más preciso?
- Tenéis que cruzar el puente, seguir por la derecha y andar,
y andar, hasta que veáis un semáforo y luego de nuevo a la derecha.
- Ok, gracias.
- ¿Pero vais a ir ahora?
- Ehh… si… tenemos que recoger el coche…
- Pero está muy lejos.
- Ya, pero no podemos hacer otra cosa.
- ¿Y vais a ir andando?
- Si, bueno, verá usted, yo iría en coche, pero... ya sabe, ¿no? ¿Se puede llegar andando?
- En teoría si, pero está muy lejos.
- Ya, pero seguimos necesitando el coche.
Y nada, nos pusimos en marcha.
La verdad es que el hombre tenía razón, estaba a un paseo,
largo, muy largo. Estuvimos como 45 minutos andando, casi corriendo.
Al llegar allí vimos el coche, (¡sí!) aunque el hombre estaba
rellenando en ese mismo momento los datos. Parecía que acababan de traerlo,
pues no llevaba ni dos casillas rellenas. Así que intentamos ponerle ojitos…
No sabíamos que no se podía aparcar…
Llevamos un día horrible…
Solo fueron cinco minutitos de nada…
¿No podrá hacer una excepción? Si todavía no ha terminado de
rellenar los papeles…
Y si en lugar de los 180€ lo deja en menos por pronta
recogida…
Pero Nein, nein, nein. Sin excepciones. Nein. Y se le veía
al hombre conmovido, que desempolvé mi mejor alemán, el más formal y educado
para tal ocasión, pero ni con esas, nein.
Así que nada, me tocó a mi desembolsar el dinero. Pues tan
solo se podía pagar con la tarjeta especial alemana, la EC Karte. Cosa que me
parece ridículo tratándose de un aeropuerto, pero bueno.
Nos montamos al fin en el coche (prestado) y regresamos a la terminal
de salidas.
No había ya nadie para facturar, se podría decir que éramos
los últimos. Pero aún así tuvimos que abrir las maletas para reagrupar el
contenido. Y ya nos veis a las dos. En mitad del aeropuerto aireando bragas y
sujetadores.
El hombre de la facturación se apiadó de nosotros y nos dijo
que no nos preocupásemos, que no íbamos a tener sobrepeso. Y entonces se me
encendió la bombilla y le dije así por lo bajini al otro chico que, ya que tiene
mucha labia y parece que el hombre era majo, intentase meter las dos maletas…
La estampa era digna de película estadounidense. Nosotras
por los suelos y el otro contándolo al hombre nuestras penurias del día.
Un buen hombre debo añadir, pues nos dejó meter las dos
maletas sin pagar más.
Luego nos fuimos al control de seguridad y le dimos la
última indicación a la chica.
- Por lo que más quieras, asegúrate que en el letrero del
avión en el que te vas a montar pone Madrid.
Y desde entonces.
Chanfle! Que aventurilla la que te toco pasar! Terrible en el momento, pero legendaria y para recordar :)
ResponderEliminarBuenas creepo! Sí, en aquel momento no fue nada divertido, ahora lo recuerdo con humor.
EliminarUn saludo!!