16 de marzo de 2016

Pulgarcito - Daumesdick

Erase una vez un pobre campesino que por las noches se sentaba al lado de la lumbre y avivaba el fuego mientras que su mujer, a su lado, hilaba.

— ¡Que triste es no tener hijos! - se lamentó el hombre - Aquí siempre está todo muy tranquilo, en otras casas tienen ruido y diversión.
— Sí - asintió su mujer y soltó un suspiro - aunque solo fuera uno, aunque fuese pequeñito, del tamaño del pulgar. Aún así estaría satisfecha y lo queríamos con todo nuestro corazón.

Sucedió un día que la mujer enfermó y siete meses más tarde trajo al mundo un niño, que aunque estaba perfectamente formado, con todos sus miembros, no era más grande que un pulgar.

— ¡Ha sucedido tal y como lo habíamos deseado! Lo querremos como a nada en el mundo.

Y así, en honor a su tamaño, le llamaron Pulgarcito.

No escatimaron en alimentos, pero a pesar de todo el niño no creció más y se quedó como en sus primeras horas de vida. Tenía una mirada avispada y pronto se mostró como un niño curioso con la capacidad de salirse con la suya cuando se proponía hacer algo.

Un día en el que el campesino se disponía a ir al bosque en busca de leña dijo para sí mismo en voz alta: Si tuviese a alguien que me llevase el carro.

— ¡Padre! Yo te lo llevaré - exclamó Pulgarcito - estará en el bosque a la hora debida.

El padre se rió ante la ocurrencia del chico.

— ¿Y se puede saber cómo lo harás? Eres demasiado pequeño y no podrás manejar las riendas del caballo.

— Eso no será ningún problema padre - aseguró Pulgarcito - tan solo necesito que madre me suba a la cabeza del caballo. Me sentaré en su oreja y le diré a donde tiene que ir.

— Bueno, al menos una vez podríamos probarlo - dijo el padre.

Cuando la hora de salir llegó la madre sentó a Pulgarcito en la oreja del caballo y este comenzó a guiarlo por el bosque. ¡Arre! ¡Sooo!

Todo salió perfecto, el pequeño llevó al caballo por el camino sin ningún problema, como si fuese un maestro de equitación. Pero resultó que mientras doblaba una esquina Pulgarcito gritó "¡Arre! ¡Arre!" y dos hombres extraños pasaron delante de ellos.

— ¡Santo Dios! ¿Qué es eso? - gritó uno de ellos - Por ahí va un carro y el carretero le grita al caballo ¡pero al hombre no se le ve por ninguna parte!

— Seguro que es brujería - dijo el otro - Sigamos al carro y veamos a donde nos lleva.

El carro siguió su camino adentrándose en el bosque hasta llegar al lugar acordado, donde el padre estaba cortando la leña.

Cuando Pulgarcito vio a su padre le llamó.

— ¿Ves padre? Aquí estoy con el carro. Ya puedes bajarme.

El padre agarró el caballo con la mano izquierda y con la derecha bajó a su hijo del animal y lo sentó sobre la paja.

Cuando los dos hombres vieron a Pulgarcito se quedaron completamente asombrados.

— Escucha, ese pequeño muchacho podría ser la solución de nuestros problemas - dijo uno de ellos - si nos lo llevamos a la ciudad podríamos exhibirlo y ganaríamos una enorme fortuna. ¡Comprémoslo!

Así que se acercaron al campesino y le hicieron la propuesta.

— Véndenos al muchacho, le irá bien con nosotros.
— No - dijo el padre con rotundidad - es lo mejor de mi vida y no lo vendería ni por todo el oro del mundo.

Pero Pulgarcito había escuchado la oferta y agarrándose a los pliegues del abrigo de su padre fue escalando hasta llegar a su hombro y le susurró al oído.

— Padre, déjame ir. Te aseguro que volveré.

Por una buena suma de dinero el padre les entregó a Pulgarcito.

— ¿Dónde te quieres sentar? - le preguntaron los hombres.
— Me sentaré en el borde de vuestro sombrero. Así podré andar un poco e iré viendo el paisaje. Pero no os preocupéis, no voy a caerme.

Los hombres cumplieron su deseo y cuando Pulgarcito se despidió de su padre se pusieron en marcha.
Anduvieron hasta que el sol comenzó a ponerse y entonces Pulgarcito habló.

— Dejadme bajar un momento, es muy urgente.
— ¡Bah! Quédate donde estás - dijo el hombre en cuyo sombrero iba sentado el muchacho - no me voy a enfadar. Los pájaros también sueltan cosas de vez en cuando.
— ¡No! - insistió Pulgarcito - yo no soy como ellos, yo tengo educación. ¡Bájame!

El hombre se quitó el sombrero y dejó al muchacho en el campo que había al borde del camino.

Cuando estaba en el suelo Pulgarcito saltó y corrió por el terreno hasta una madriguera que anteriormente había divisado y se metió en el interior.

—¡Buenas noches señores, pueden seguir su camino a casa sin mí! - gritó Pulgarcito.

Los hombres se lanzaron a la madriguera y con un palo buscaron en su interior, pero el muchacho estaba muy en el fondo y todo fue en vano. Cuando la noche cayó los hombres desistieron. Con un gran enfado y las bolsas de dinero vacías comenzaron de nuevo a caminar.

Cuando Pulgarcito estuvo seguro de que los hombres se habían marchado salió de la madriguera.

— Es muy peligroso andar por el terreno de labrar durante la noche - se dijo a si mismo - es muy fácil caerse y romperse la crisma.

Por suerte se encontró con la "casa" vacía de un caracol y pudo meterse dentro.

— ¡Bendito Dios! - exclamó el muchacho - aquí podré pasar la noche y estaré seguro.

Poco tiempo después, cuando estaba a punto de quedarse dormido, escuchó las voces de dos hombres que pasan por allí.

—¿Qué es lo que podríamos hacer para llevarnos el oro y la plata del cura?
— Eso puedo decírtelo yo - gritó Pulgarcito.
— ¿Qué fue eso? - preguntó asustado uno de los ladrones - escuché a alguien hablar.

Los hombres se quedaron parados en el sitio y afinaron el oído. Entonces Pulgarcito volvió a hablar.

— Llevadme con vosotros y os ayudaré.
— ¿Dónde estás?
— Busca en la tierra y guíate hacia donde proviene la voz.

Finalmente el ladrón encontró al muchacho y lo levantó en el aire.

— Tú, pequeño duendecillo. ¿Cómo crees que nos puedes ayudar? - preguntaron los ladrones escépticos.
— Muy fácil - respondió Pulgarcito - me puedo colar por los barrotes de la habitación del cura e iros pasando todo lo que queráis llevaros.
— Interesante... Queremos ver de lo que eres capaz.

Al llegar a la casa del cura el muchacho se metió en la habitación y desde dentro gritó con todas sus fuerzas.

— ¿Queréis llevaros todo lo que aquí hay?
— Habla más bajo, no vayas a despertar a nadie - dijeron los ladrones asustados.

Pero Pulgarcito hizo como si no los hubiese escuchado y volvió a gritar de nuevo.

— ¿Qué es lo que queréis? ¿Queréis llevaros todo lo hay aquí?

Esa vez la cocinera, que dormía en la habitación de al lado, escuchó las voces y se levantó a ver que era lo que pasaba.

Los ladrones se asustaron y echaron a correr, pero cuando llevaban un trecho recorrido recuperaron la valentía y pensaron que el muchacho solo les estaba tomando el pelo. Así que regresaron sobre sus pasos y susurraron.

— Ahora ya, en serio, danos algo de lo que hay allí.

Pulgarcito volvió a gritar con todas sus fuerzas.

— Os daré todo lo que hay aquí, alargad las manos.

La cocinera aún estaba alerta y escuchó estas palabras con total claridad. Así que se levantó inmediatamente de la cama y abrió la puerta de la cocina con fuerza.

Al verla aparecer los ladrones echaron a correr como alma que lleva el diablo.

La moza no vio nada fuera de lo normal y decidió encender una vela. Antes de que reparase en él Pulgarcito aprovechó que la puerta estaba abierta para llegar al granero y esconderse allí.

La cocinera buscó y rebuscó por todos los rincones, pero no encontró nada extraño. Y al final, creyendo que todo había sido un sueño volvió a la cama.

Pulgarcito trepó por los palillos de heno y encontró un buen lugar para dormir. Quería quedarse allí toda la noche, descansar y luego partir para casa de sus padres. Pero aún le quedaba mucho por vivir ¡los problemas y las penas nunca se acababan en este ancho mundo!

Al rayar el alba la moza fue al granero para darle de comer a las bestias. Su primera parada fue el montón de heno, tomó un brazado, y que mala suerte, que era justamente donde Pulgarcito se encontraba durmiendo.

El muchacho dormía tan profundamente que no se despertó hasta que no se encontró en la boca de una vaca.

— ¡Ay Dios mío! - gritó - Cómo habré ido a parar a este molino.

Pero pronto se dio cuenta de donde se encontraba realmente. Tuvo mucho cuidado de no meterse entre los dientes y así acabar hecho papilla, luego se deslizo por la garganta hasta llegar al estómago.

— En esta habitación se olvidaron de poner ventanas - dijo el muchacho - El sol no llega a entrar por ninguna parte y nadie enciende ni una mísera luz.

El aposento no le gustaba para nada y lo peor de todo es que por la puerta seguía cayendo más y más heno. El lugar se iba haciendo cada vez más pequeño.

El miedo pudo con él y gritó con todas sus fuerzas.

— ¡No me des más de comer! ¡No me des más de comer!

La cocinera estaba ordeñando a la vaca en ese momento cuando escuchó las voces, no vio a nadie pero reconoció la voz. Era la misma que había escuchado por la noche. La chica se asustó tanto que se cayó de la silla y desparramó toda la leche por el suelo.

Corrió hacia el cura y le contó lo que había pasado.

— ¡Santo Dios señor Párroco! ¡La vaca ha hablado!
— Estas loca niña - respondió el cura.

Pero aún así fue hasta el establo y quiso comprobar lo que la moza había dicho.

Al poner un pie en la estancia Pulgarcito volvió a gritar con todas sus fuerzas.

— ¡No me des más de comer! ¡No me des más de comer!

El párroco también se asustó y pensó que un mal espíritu se había metido dentro del cuerpo de la vaca. La única manera de acabar con esta situación era matar al animal.

Y eso fue lo que sucedió, mataron a la vaca y el estómago, donde Pulgarcito se encontraba, fue tirado al estercolero.

Pulgarcito trató de abrirse paso al exterior y al final, con mucho trabajo pudo llegar a la entrada. Pero antes de que pudiese poner un pie fuera una nueva desgracia le sobrevino. Un lobo hambriento que rondaba por allí se comió el estómago entero de un solo bocado.

El muchacho no perdió la valentía y pensó que quizás podría hablar con el lobo y llegar a un acuerdo. Así, desde su panza gritó.

— Querido lobo, sé de un sitio en el que podrás comer todo lo que quieras.
— ¿Dónde diablos es eso?
— En tal y tal casa. Tendrás que entrar por la alcantarilla y luego podrás ir a la cocina, allí encontrarás todo el bacon y las salchichas que quieras.

Pulgarcito le explicó con precisión como era la casa de su padre y sin pensárselo una segunda vez el lobo se puso en marcha. Al caer la noche se coló por la alcantarilla y entró en la despensa donde comió hasta quedar bien lleno.

Una vez que se hubo saciado quiso salir de la casa, pero estaba tan lleno que no cupo por donde había entrado. Pulgarcito había contado con ello y desde el interior del lobo comenzó a bramar y gritar todo lo alto que pudo.

— ¡Cállate de una vez! - le espetó el lobo - vas a despertar a todo el mundo.
— ¿Y qué? Tú ya has saciado tu hambre, ahora me toca a mí divertirme - y comenzó de nuevo a gritar con todas sus fuerzas.

Al final su padre y su madre se despertaron. Con cuidado se acercaron a la despensa y miraron al interior por una rendija. Cuando vieron al lobo el hombre buscó un hacha y la mujer una hoz.

— Quédate detrás - dijo el hombre cuando comenzaron a entrar - si cuando le dé un hachazo no ha muerto tendrás que rematarlo tú.

En ese momento Pulgarcito escuchó la voz de su padre.

—Querido padre, ¡estoy aquí! Estoy dentro del cuerpo del lobo.
— ¡Oh Dios mío! - gritó el padre - nuestro querido hijo ha encontrado el camino de vuelta a casa.

Mandó a la mujer dejar la hoz para no herir a su hijo. Después levantó el hacha y de un fuerte y certero golpe le cortó al lobo la cabeza. Con unas tijeras y un cuchillo le abrieron al animal la tripa y sacaron a su hijo del interior.

— ¡Ah! Nos hemos preocupado mucho por ti.
— Sí padre, he corrido mucho mundo. Gracias a Dios que ya puedo respirar aire puro.
— ¿Dónde has estado?
— ¡Ay padre! Estuve en una madriguera, en la tripa de una vaca y en la panza de un lobo. Y ahora, por fin, estoy con vosotros.
— No te volveremos a vender nunca más, ni por todo el oro del mundo - aseguraron los padres. Luego besaron y achucharon a Pulgarcito con todo su cariño.

Le dieron de beber, de comer y le trajeron nueva ropa, la suya había quedado destrozada por todas sus aventuras.



Creo que nunca había leído el cuento de Pulgarcito, al menos este, por que la historia no me suena de nada. Pero es raro, porque sí que recuerdo haber leído o escuchado algo de él. Aunque a mi me suena que salía de una flor... o algo así.

Lo de hablar desde dentro de los animales si que lo recuerdo, pero solo eso.

Pero en general el cuento me ha decepcionado un tanto. No sé, me esperaba algo más grande del pequeño Pulgarcito.

¿Qué os ha parecido a vosotros? ¿Lo habíais leído antes?

El cuento original es del francés Charles Perrault, pero los hermanos Grimm tradujeron al alemán una parte del cuento y lo añadieron a su colección. En la versión francesa aparecen las famosas botas de Siete leguas.

Pulgarcito - Daumesdick, es el cuento número 37 del libro "Cuentos de la infancia y del hogar" escrito por los hermanos Grimm.
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Extraño, ¿verdad? No recordabas el cuento así, la versión que a ti te contaban cuando eras pequeño no se parece mucho a esto que acabas de leer... Pero he aquí, el cuento original escrito por los hermanos Grimm. Y lo mejor de todo es que este no es el único raro, la gran mayoría de las historias que conocemos son diferentes a los originales.

Un saludo!!




3 comentarios:

  1. Hola Irene,

    Sabes? a mí me pasa lo mismo que a tí: el cuento no me suena mucho, solo lo de hablar dentro de animales... así que, anoche me puse a pensar y esta mañana me ha venido la inspiración: el cuento que yo conocía se llamaba Garbancito, no Pulgarcito! jeje Era también muy pequeño y un día se cayó en una col, que se comió una vaca... y tal.. En internet he encontrado hasta la canción que cantaba:
    Pachín, pachín, pachín...
    Mucho cuidado con lo que hacéis,
    Pachín , pachín, pachín
    A Garbancito no piséis!

    Es alomejor este también el cuento que tu recuerdas en tu subconsciente? Me ha encantado esto de rebuscar en mi memoria! jaja

    Saludos!

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    1. ¡¡¡¡Buaaaa!!! ¡Es cierto! ¡Lo que a mi me sonaba era Garbacito! Esa canción me ha hecho retroceder 20 años, me acuerdo que la cantaba cuando era pequeña. Que recuerdos...

      Vaya memoria que tienes, creo que yo nunca habría podido recordar eso.

      Pero miles de gracias, que momentos aquellos.

      Un saludo!!

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