La idea de este relato salió de un libro titulado "642 cosas sobre las que escribir".
Siempre te encuentro en rincones oscuros y cuando mi mano te toca, no puedo evitar deleitarme con tu contacto. Mis dedos recorren todos tus recovecos y se pierden entre las líneas de tu figura.
La capa marrón que siempre llevas encima me estorba. Te la quito despacio. Con cuidado. Y todas las veces me maravillo por la blancura de esa sedosa superficie, que solo me enseñas a mí. Suave y lisa. Simplemente soberbia, perfecta. Mis manos resbalan por ella y las marcas que recubren tus curvas me cautivan.
Te toco, te palpo, te preparo y busco el mejor lugar por donde empezar.
Luego te abro. Tu olor me domina, me somete y no puedo evitar que unas lágrimas caigan por mis ojos. Algunas veces te odio por ello. Estoy acostumbrado a ello, pues no es nuestra primera vez juntos y tampoco será última. Me gustas demasiado. Pero aun así, detesto que me hagas llorar. Aunque soy consciente de que no lo haces a propósito. Es tu naturaleza.
Cuando estás lista tu olor me seduce y me inunda. Inspiro aire y lleno mis pulmones con tu aroma. Me recreo en ese eterno instante y me convenzo de que unas pocas lágrimas merecen la pena.
El culmen llega cuando, al fin, mi lengua te saborea.
Exquisita.
Podría elegir a otra, sin embargo, nada sería lo mismo. Echaría demasiado de menos tu sabor.
No. Solo puedes ser tú.
Y por eso, por tu unicidad, te escribo estas palabras, este homenaje.
Esta oda a una cebolla.
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¿Qué os ha parecido? ¿Qué pensabais que estabais leyendo? ¿Os esperabais el final?
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¡Un saludo!
Pues pensé que le escribás a un libro. cuando hablabas de su blancura, del olor (el olor alibro nuevo) pero lo del sabor no me cuadró...
ResponderEliminarBuenas, C. Podría a ver sido una buena idea, pero como bien dices, lo del sabor no cuadra.
Eliminar¡Un saludo!