31 de octubre de 2016

La hija de la Virgen María - Marienkind

A la entrada de un enorme bosque vivía un leñador con su mujer. La pareja tenía un solo hijo, una niña de tres años. La familia era tan pobre que carecían de pan diario para poder mantener a su hija.

Un día partió el leñador al trabajo lleno de preocupaciones y cuando se encontraba talando un árbol se apareció delante de él una bella y alta mujer que llevaba una corona que resplandecía como la luz de las estrellas.

— Soy la Virgen María, la madre de Cristo - le dijo al leñador - tú eres un pobre hombre necesitado. Tráeme a tu hija, me la llevaré, seré su madre y me ocuparé de ella.

El leñador obedeció, le entregó su hija a la Virgen María y esta se la llevó consigo al cielo.


A la niña le fue muy bien, comía pan con azúcar y bebía leche dulce. Sus ropas eran de oro y los angelitos jugaban con ella.
Cuando cumplió los 14 años la Virgen María la hizo llamar.

— Querida niña, tengo un largo viaje que hacer. Así que te dejo la custodia de las trece llaves de entrada al reino de los cielos. Doce de ellas puedes abrirlas y contemplar las maravillas que dentro se esconden. Pero la trece, a la que pertenece la llave pequeña, esa te está prohibida. Guárdate bien de abrirla, si lo haces te llegarán muchas desgracias.

La niña prometió ser obediente y en cuanto la Virgen María se marchó fue directa hasta el reino de los cielos.

Cada día fue abriendo una puerta hasta llegar a la número doce. En cada una de ellas había un apóstol rodeado de un gran resplandor. La niña quedó maravillada con toda la magnificencia y la suntuosidad con la que se iba encontrando.
Al final tan solo quedó la puerta prohibida por abrir y la niña tenía muchas ganas de saber que era lo que allí detrás se escondía.

Los ángeles habían ido acompañando a la niña durante todo el camino y cuando se encontraba delante de la última puerta se dirigió a ellos.

— No quiero abrirla del todo y tampoco quiero entrar, pero para ver qué es lo que hay dentro tengo que abrirla al menos un poco.
— ¡No! - gritaron todos los ángeles - Eso sería un pecado. La Virgen María lo ha prohibido y la desgracia vendrá rápidamente.

La niña no dijo nada y se quedó callada, pero la curiosidad y el deseo latían con tanta fuerza en su interior que no la dejaban tranquila.

Cuando los ángeles se fueron de allí pensó:

— Bueno, estoy completamente sola, podría echar un pequeño vistazo. Nadie se enterará si lo hago.

Sacó la llave, la introdujo en la cerradura y la giró. En ese momento la puerta se abrió de golpe y en medio del fuego y un luminoso resplandor apareció la Trinidad. La niña se quedó asombrada y durante unos segundos no fue capaz de reaccionar. Luego se acercó poco a poco, alargó un dedo y con cuidado tocó el resplandor, pero en cuento rozó la brillante luz su dedo se convirtió en oro.

Un gran miedo se apoderó de la niña, cerró con fuerza la puerta y corrió de allí. Pero aun así el miedo no quiso apartarse de ella, sin importar lo que hiciese su corazón latía con intensidad y no podía apaciguarlo. Su dedo también permanecía dorado, y por más que lo lavó y frotó no consiguió regresarlo a la normalidad.



Muy poco tiempo después la Virgen María regresó de su viaje. Llamó a la niña y le pidió que le devolviese las llaves del reino de los cielos. Cuando se las entregó le pregunto:

— ¿Has abierto la decimotercera puerta?
— No - respondió la niña.

La virgen puso su mano en el pecho de la niña y sintió como su corazón latía con tanta fuerza que no le quedó duda, su orden había sido ignorada y la decimotercera puerta había sido abierta.

— ¿Estás segura de que no lo has hecho?
— No - dijo la niña por segunda vez.

La virgen vio el dedo que tras el roce con el resplandor se había vuelto de oro y no dudó de la culpabilidad de la niña. Por tercera vez volvió a preguntar:

— ¿No lo has hecho?
— No - respondió la niña por tercera vez.

Pero la virgen no la creyó.

— No me has obedecido y además me has mentido. No eres digna de estar en el cielo.

Entonces la niña cayó en un profundo sueño y al despertarse se encontró en el suelo de algún lugar desconocido y deshabitado.

La niña quiso gritar, pero de su boca no salía ningún sonido.
Luego se levantó y quiso correr lejos de allí, pero sin importar el camino que tomase, una espesa pared de espinas le cortaban el paso y no la dejaban avanzar.
En el solitario espacio en el que estaba encerrada encontró un árbol hueco y lo hizo su hogar. Por la noche se acurrucaba en su interior y dormía. Y en los días de lluvia y tormenta le proporcionaba cobijo.

Pero era una vida triste, y cada vez que la niña se acordaba de lo bien que estaba en el cielo, jugando con los angelitos un agrio llanto desconsolado la invadía.
Raíces y frutas del bosque eran su único alimento y las buscaba con ahínco adentrándose en la pared de espinas todo lo que era capaz.

En otoño almacenaba las nueces y las hojas que se caían de los árboles y las guardaba dentro del árbol. Las nueces fueron su alimento durante el invierno y cuando el hielo y la nieve hicieron su presencia se acurrucó como un pobre animalito en las hojas en busca de un poco de calor.

Al poco tiempo sus ropas se fueron desgastando y los trozos se fueron cayendo.

En cuanto el sol comenzó a calentar de nuevo la niña salió del árbol y se sentó a disfrutar del calor. El cabello le había crecido tanto que le caía por los lados como si de un abrigo se tratase.

Y así fueron pasando los años, uno tras otro. Se sentía la persona más desgraciada y miserable del mundo.

En una ocasión, cuando lo árboles volvieron a estar en todo su verde esplendor, el rey del reino estaba en el bosque cazando un ciervo y como este se escapó a través de los arbustos se bajó de su caballo y con su espada comenzó a partir las ramas de espinas para hacerse paso.

Cuando al fin consiguió salir al otro lado se encontró con una hermosa muchacha sentada al lado de un árbol. Su cabello era dorado y era tan largo que la cubría hasta los pies.

Con cuidado entró al claro y se acercó a ella.

— ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí sola?

Pero no tuvo ninguna respuesta pues la muchacha no podía despegar sus labios.

El rey volvió a hablar.

— ¿Quieres venir conmigo a mi castillo?

La muchacha asintió levemente con la cabeza, así que el rey la tomó en sus brazos, la montó en su caballo y se la llevó a su hogar.

Cuando llegaron al castillo le dio hermosos vestidos y todo aquello que necesitaba. La muchacha no podía hablar, pero era tan hermosa y graciosa que se enamoró de ella con todo su corazón. No pasó mucho tiempo hasta que el rey hizo a la muchacha su esposa.

Al paso de un año la reina trajo al mundo a un niño. Esa misma noche, cuando la reina se encontraba acostada en su cama apareció la Virgen María.

— ¿Quieres decir la verdad y confesar que abriste la puerta que te había sido prohibida? Si lo haces haré que tus labios se despeguen y te concederé de nuevo el habla. Si continúas negándote y permaneces en el pecado me llevaré a tu hijo recién nacido.

La reina pudo hablar, pero continuó negándolo todo.

— No, no abrí la puerta prohibida.

Así que la Virgen María tomó al recién nacido de los brazos de su madre y se lo llevó.


Al día siguiente, cuando nadie pudo encontrar al niño por ningún lado, se inició un rumor horrible entre la servidumbre del palacio. La reina era un ogro y se había comido a su propio hijo. Ella podía escuchar y entenderlo todo, pero no podía responder. Por su parte, el rey no quiso creer ninguno de los rumores pues el amor que profesaba por su esposa era muy fuerte.

Un año más tarde la reina volvió a alumbrar otro niño. Esa noche la Virgen María volvió a aparecerse en su habitación y volvió a preguntar.

— ¿Quieres seguir asegurando que no abriste la puerta? Si te retractas te devolveré a tu hijo y serás capaz de hablar de nuevo. Si sigues mintiendo me llevaré a tu recién nacido.

La reina volvió a hablar.

— No, no abrí la puerta.

La Virgen María tomó el niño de los brazos de la reina y se lo llevó consigo al cielo.

A la mañana siguiente, cuando se dieron cuenta de que el bebé había desaparecido toda la servidumbre estaba convencida de la culpa de la muchacha. La reina se había comido a su hijo y debía de ser juzgada por ello.

El rey la quería tanto que no quiso creerlo y ordenó que a coste de su propia vida, nadie volviese a hablar de aquel tema.

Al año siguiente la reina dio a luz a una niñita y por tercera vez se apareció la Virgen María en su habitación.

— Sígueme - le ordenó.

La tomó de la mano y la guió hasta el cielo. Allí se encontró con sus dos hijos mayores, estaban muy felices y sonrieron al verla.

— ¿Aún no se te ha hablando del corazón? Si confiesas haber abierto la puerta te podrás llevar devuelta a tus dos hijos mayores.

Pero la reina volvió a responder por tercera vez.

—No, no abrí la puerta prohibida.

La Virgen María la envió de vuelta a la tierra y se llevó consigo el tercer hijo.

A la mañana siguiente, cuando se conoció la desaparición del bebé todo el mundo se puso en pie.

— ¡La reina es un ogro! ¡Debe ser juzgada!

Y aunque el rey hizo todo lo que pudo no consiguió parar a la muchedumbre.

El juicio se realizó, pero como la reina no podía hablar no pudo defenderse y al final fue condenada a morir en la pira.

Se preparó la leña y cuando fue atada al poste central y el fuego comenzó a arder a su alrededor, fue cuando se desmoronó su orgullo y se arrepintió de todo.

— Si pudiera - dijo para sí misma - antes de morir confieso que abrí la puerta.

Justo en ese momento recuperó la voz y gritó todo lo fuerte que pudo.

— ¡Sí, María! ¡Lo hice!

En cuanto hubo pronunciado esas palabras una intensa lluvia apagó las llamas de la pira. Un rayo de luz apareció desde el cielo y con él llegó la Virgen María. A su lado se encontraban los dos hijos mayores de la reina y en sus brazos llevaba a la pequeña niña.


Con alegría le habló a la reina.

— Quien se arrepiente y confiesa sus pecados será perdonado.

Luego le entregó a la reina sus tres hijos, le devolvió el habla y la hizo feliz por el resto de su vida.




Nunca había leído este cuento ¿vosotros lo conocíais?

Acostumbrada como estoy a las amputaciones y demás crueles muertes que nos muestran siempre los hermanos Grimm me esperaba algo más sangriento. En un momento pensé que la niña iba a tener que cortarse el dedo de oro para poder conseguir algo, no me habría extrañado. Pero este cuanto era demasiado religioso para eso.

En este caso la moraleja es clara cristalina y las últimas palabras de la Virgen María lo dicen todo:
"Quien se arrepiente y confiesa sus pecados será perdonado."
Creo que por ahora es el cuento más religioso de los hermanos Grimm que he leído.

¿Qué os ha parecido?

La hija de la Virgen María - Marienkind, es el cuento número 3 del libro "Cuentos de la infancia y del hogar" escrito por los hermanos Grimm.

________

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado... pero aún quedan muchos más cuentos que leer, muchas historias por recordar y otras tantas por descubrir. ¿Te vienes? Cuentos de los hermanos Grimm.

Un saludo!!



8 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el cuento. Gracias por escribirlo para que podamos leerlo. Realmente fantástico.

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    1. Buenas! No lo he escrito yo, es una traducción del cuento de los hermanos Grimm, pero me alegro de que te haya gustado.
      Un saludo!!

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  2. Me gustó mucho, jamás lo había escuchado...

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    1. Buenas, Brisha. Me alegro de que te haya gustado. Yo tampoco lo conocía.

      ¡Un saludo!

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  3. Muy buen cuento, aunque me parece una combinación religiosa de Barba Azul y otro cuento de una mujer tejedora de espigas de oro (si no estoy mal).

    Al menos este sí deja la doble moraleja de ser sincero y reconocer nuestros errores, aunque el argumento sea trillado y predecible.

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  4. Muy interesante y con una gran enseñanza: "Quien se arrepiente y confiesa sus pecados será perdonado."

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  5. Me encantó el cuento

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