6 de noviembre de 2018

El pájaro de oro - Der goldene Vogel


Hace muchos, muchos años un rey tenía un hermoso jardín detrás de su palacio. Allí había un árbol que daba manzanas de oro. Estas eran contadas todos los días, pero una buena mañana una faltó y el rey ordenó que todas las noches alguien hiciese guardia debajo del árbol.

El rey tenía tres hijos, y cuando comenzó a oscurecer mandó al mayor al jardín. Sin embargo, cuando la media noche llegó, no pudo permanecer despierto, y por la mañana otra manzana había desaparecido.

En la siguiente noche el segundo hijo se quedó haciendo guardia, pero tampoco le fue mejor. Cuando dieron las doce se quedó dormido y a la mañana siguiente había otra manzana menos.

Era el turno del tercer hijo, estaba preparado, pero el rey no confiaba en él y pensaba que no lo iba a hacer mejor que sus hermanos. El chico insistió en tener su oportunidad, y finalmente el rey accedió a que hiciese guardia. Se tumbó debajo del árbol con la intención de que el sueño no le venciese. Cuando dieron las doce oyó un rumor en el aire y vio como, a la luz de la luna, un pájaro se acercaba, su plumaje de oro relucía.

El ave se posó en el árbol y en cuanto cogió una manzana el chico le lanzó una flecha. Sin embargo, el pájaro la esquivó, pero la flecha le dio en el plumaje y una pluma de oro cayó al suelo.

El joven se la guardó y a la mañana siguiente le contó al rey lo que había ocurrido. El rey convocó a su consejo y se declaró que una pluma como esa valía más que todo el reino.

—Si esta pluma es tan valiosa, no me vale solo con una —dijo el rey—, quiero el pájaro entero.

El hijo mayor se puso en camino, no era muy listo, y pensaba que el solo podría encontrar el ave. Cuando ya había recorrido un buen trecho, vio en la linde de un bosque a un zorro. Sacó la escopeta y se preparó para disparar.

—¡No me dispares! —gritó el zorro—. Si no lo haces te daré un buen consejo. Quieres atrapar al pájaro de oro y esta tarde llegarás a un pueblo donde hay dos posadas, una en frente de otra. Una es muy luminosa y de su interior salen risas. Pero no vayas allí, sino a la otra, aunque te parezca que tiene un peor aspecto.

—¡Cómo va a darme un estúpido animal un buen consejo! —pensó el hijo del rey. Disparó su escopeta pero falló en el tiro. El zorro se dio la vuelta y se adentró en el bosque.

El chico siguió andando y por la tarde llegó al pueblo donde había dos posadas, una enfrente de la otra. En una se cantaba y bailaba y la otra tenía un aspecto pobre y triste.

—Sería un tonto si me fuese a esa mísera posada —pensó.

Así que entró en la que estaba más animada y se unió a los cánticos de los comensales. Tanto se dejó llevar, que acabó por olvidarse de la búsqueda del pájaro de oro y de todas las enseñanzas que había recibido.

Cuando el tiempo pasó y el hijo mayor no regresaba, el segundo hermano se puso en camino.


Igual que el primero se encontró con el zorro y recibió el mismo buen consejo. Llegó a las posadas y vio a su hermano asomado en una de las ventanas de la hermosa y hogareña, le llamó y le invitó a entrar. El segundo hermano no se pudo resistir y se unió a los placeres y la diversión.

Volvió a pasar un tiempo y el hijo pequeño del rey quiso ponerse en camino, pero su padre no le dejó.

—Es inútil —dijo el rey—. No va a tener mejor éxito que sus hermanos, y si se encuentra en algún apuro no sabrá qué hacer. Es el menos listo de todos.

Pero como el chico no le dejaba en paz, al final consiguió su permiso y se puso en camino. En el bosque vio al zorro que le pidió que le perdonase la vida y le dio el buen consejo.

—No te preocupes, zorrito. No te voy a hacer nada.

—No lo lamentarás —respondió el zorro—. Y para que vayas más rápido, súbete a mi rabo.


No bien se hubo montado, el zorro echó a correr con tanta rapidez que el cabello le silbaba al viento. Cuando llegaron al pueblo el chico se bajó y siguió el consejo del zorro. Se hospedó en la posada humilde donde pasó una noche tranquila. A la mañana siguiente, cuando salió al campo, se encontró de nuevo con el zorro.

—Te diré qué es lo siguiente que debes hacer. Sigue andando todo recto hasta que encuentres un palacio. Delante de él verás un gran número de soldados tumbados, pero no te preocupes, todos estarán durmiendo y roncando. Pasa a través de ellos y entra en el palacio. Recorre todos los aposentos hasta que llegues a una cámara donde encontrarás una jaula de madera con el pájaro de oro en su interior. Al lado hay una jaula de oro vacía, pero no se te ocurra cambiar al pájaro de la jaula de madera a la lujosa, o lo pasarás muy mal.

El zorro volvió a estirar el rabo, el hijo del rey se sentó encima y echó a correr con tanta rapidez que el cabello le silbaba al viento.

Al bajar enfrente del palacio se encontró a los soldados tumbados en el suelo, tal y como el zorro había predicho. El chico entró en la cámara y vio al pájaro de oro sentado en una jaula de madera. En el suelo estaban las tres manzanas que el ave había robado.

El hijo del rey pensó que sería una vergüenza que un pájaro tan majestuoso estuviese en una jaula tan horrorosa. Abrió la puerta, lo cogió y lo dejó dentro de la de oro. Pero en ese momento el ave chilló con tanta fuerza que despertó a todos los soldados. Llegaron allí en unos segundos y metieron al chico en una mazmorra.

A la mañana siguiente fue juzgado y condenado a muerte. Mas el rey le ofreció perdonarle la vida si le traía el caballo de oro, más veloz incluso que el viento. Si lo hacía, además le daría al pájaro de oro.

El hijo del rey se puso en camino con un triste suspiro, ¿dónde podría encontrar al caballo de oro? Entonces vio a un viejo amigo, el zorro.

—¿Ves? Eso te pasa por no escucharme. Pero no te desanimes, te ayudaré y te diré dónde puedes encontrar al caballo de oro. Tan solo tienes que seguir todo recto hasta llegar a un palacio, allí, en los establos, se encuentra el caballo. Delante de las cuadras están los caballerizos, pero no te preocupes, estarán durmiendo y roncando. Podrás pasar y salir con el caballo de oro sin ningún problema. Pero hay algo que tienes que tener en cuenta: ponle la silla mala, la de madera y cuero, y no la de oro que cuelga justo al lado, o lo pasarás muy mal.

El zorro estiró el rabo, el hijo del rey se sentó encima y echó a correr con tanta rapidez que el cabello le silbaba al viento.

Todo ocurrió tal y como el zorro había dicho. El chico entró en el establo y se encontró con el caballo de oro. Cuando iba a ponerle la silla fea lo pensó mejor.

«Sería una vergüenza para un caballo tan bello llevar esta horrible silla». Pero en cuanto la silla de oro tocó el lomo del caballo el animal comenzó a relinchar con tanta fuerza que los caballerizos se despertaron, apresaron al chico y lo metieron en una mazmorra.

A la mañana siguiente fue juzgado y condenado a morir. Mas el rey le prometió perdonarle la vida y darle el caballo de oro si le traía a la bella princesa del palacio de oro.

Con pesar, el chico emprendió el camino. Pero para su suerte se encontró de nuevo con el fiel zorro.

—Debería dejarte en tu desgracia —dijo el animal—. Pero me das pena y te ayudaré una última vez. Este camino te lleva directamente hasta el palacio de oro. Llegarás por la tarde, y por la noche, cuando todo esté en calma, la hija del rey irá a la casa de baños. Intercéptala en su camino y dale un beso, ella te seguirá y podréis salir de allí. Tan solo guárdate de que no vaya a despedirse de sus padres, o lo pasarás muy mal.

El zorro estiró el rabo, el hijo del rey se sentó encima y echó a correr con tanta rapidez que el cabello le silbaba al viento.

Cuando llegó al palacio de oro todo ocurrió tal y como el zorro había dicho. A medianoche, cuando todos estaban sumidos en un profundo sueño y la bella muchacha fue a la casa de baños, el hijo del rey saltó delante de ella y la besó.

Ella dijo que le gustaría irse con él, y le pidió con lágrimas en los ojos poder despedirse antes de sus padres. Al principio él se negó a aceptar su ruego, pero al ver que la muchacha seguía llorando y se arrodillaba a sus pies, se lo permitió.

No hubo ni bien entrado la joven en la habitación de sus padres, cuando el rey se despertó y con él todo el castillo. El chico no tardó en ser apresado y enviado a las mazmorras.

A la mañana siguiente el rey le habló:

—Tu vida está perdida, pero puedes conseguir la gracia del perdón si en ocho días me quitas la montaña que se encuentra delante de mi ventana y por encima de la cual no puedo ver nada. Si lo consigues, tendrás a mi hija como premio.

El hijo del rey comenzó a picar y excavar sin descanso. Cuando tras siete días todo estaba casi igual y pensaba que todo su trabajo había sido en vano, la desesperanza y la tristeza le invadieron.

En la noche del séptimo día el zorro apareció.

—No mereces que te ayude —le dijo—. Pero vete a dormir, yo acabaré tu trabajo.

A la mañana siguiente, cuando miró por la ventana, la montaña había desaparecido. El chico, lleno de júbilo, pidió audiencia con el rey y le informó de que su condición había quedado satisfecha. Y el rey, aunque quisiera o no, debía cumplir con su palabra, por lo que le dio a su hija.

Los dos se marcharon, y cuando no había pasado mucho rato apareció el fiel zorro.

—Ya tienes lo mejor —dijo el animal—. Pero a la princesa le pertenece el caballo de oro.

—¿Cómo lo conseguiré? —preguntó el chico.

—Yo te lo diré —respondió el zorro—. Primero debes de llevarla al rey que posee el caballo de oro. Se alegrará muchísimo y te dará el caballo como recompensa. En cuanto lo tengas móntate en él, y despídete de todos con un apretón de manos. Deja a la princesa en último lugar, y cuando le toque su turno tira de ella con fuerza hasta montarla contigo. Nadie os podrá alcanzar, pues ese caballo corre más rápido que el viento.

Todo sucedió tal y como el zorro predijo. Y el hijo del rey cabalgó, feliz, con la princesa encima del lomo del caballo de oro.

El zorro no se quedó atrás y los siguió.

—Ahora te ayudaré a conseguir el pájaro de oro. Cuando te acerques al palacio en el que se encuentra el animal, deja que la princesa se baje, yo la protegeré. Luego cabalga con el caballo hasta el patio del palacio. Todos se emocionarán al verte y te entregarán al pájaro de oro. En cuanto tengas la jaula en la mano cabalga con rapidez hacia nosotros y recoge a la princesa.

Aquello fue igual de sencillo de conseguir. Y cuando el hijo del rey puso camino en dirección a su casa, el zorro volvió a aparecer.

—Ahora deberás recompensar mis servicios.

—¿Qué quieres?

—Cuando lleguemos al bosque, mátame y córtame la cabeza y las patas.

—¡Una bonita manera de agradecerte sería esa! —dijo el muchacho— ¡No puedo hacerlo!

—Si no lo haces, te dejaré ahora mismo. Pero antes te daré otro consejo. Guárdate de dos cosas: de comer carne de horca y de sentarte al borde de un pozo.

Luego partió al bosque.

—¡Qué animal más raro! Y qué cosas más extrañas tiene en la cabeza. ¿¡Quién compraría carne de horca!? Y nunca he tenido especial interés en sentarme en el borde de un pozo.

Continuó cabalgando con la bella princesa y su camino le llevó hasta el pueblo en el que sus hermanos se habían quedado. Allí había un gran revuelo y alboroto. Y cuando preguntó qué era lo que ocurría, le dijeron que iban a colgar a dos personas.

Al acercarse vio que eran sus hermanos, que habían cometido todo tipo de fechorías, y habían derrochado todo su dinero. El joven preguntó si no podía hacer algo por salvarlos.

—Si queréis, podéis pagar sus deudas —le respondieron—. Pero, ¿por qué ibais a querer gastaros vuestro dinero en unos criminales?

Pero él, sin importarle lo que los pueblerinos le dijeron, pagó las deudas de sus hermanos, los liberó y continuaron el viaje.

Llegaron hasta el bosque donde se habían encontrado al zorro. Allí la temperatura era fresa y el sol no quemaba.

—Vamos a descansar cerca de ese pozo. Comamos y bebamos un poco —dijeron los hermanos.

El joven se apeó del caballo y olvidándose de la advertencia del zorro, se sentó al borde del pozo. En cuanto lo hizo, los dos hermanos lo tiraron en el interior, se llevaron a la princesa, el caballo y el pájaro y se encaminaron hacia el palacio de su padre.

—No solo traemos el pájaro de oro, sino que también venimos con el caballo de oro y la princesa del palacio de oro.

Hubo un gran alboroto y jolgorio, pero el caballo se negaba a comer, el pájaro no quería cantar y la princesa no dejaba de llorar.

Sin embargo, el hermano menor no había muerto. Por suerte el pozo estaba seco y cayó encima de un suave lecho de musgo sin sufrir ningún daño, aunque no podía salir.

En ese apuro el fiel zorro tampoco le abandonó. Acudió a toda prisa y le regañó por olvidarse de su consejo.

—A pesar de todo no puedo dejarte aquí —dijo el animal—. Te ayudaré a que vuelvas a la superficie.

Le dijo que tomara su cola y se agarrara con fuerza. Y así lo sacó de aquel agujero.

—Pero todavía estas en peligro. Tus hermanos no estaban seguros de si habías muerto y han puesto guardas que te matarán en cuanto te vean.

En ese momento vieron a un viejo hombre por el camino. El joven se intercambió los ropajes con él y comenzó a andar en dirección al palacio de su padre.

Nadie lo reconoció, pero en cuanto llegó el pájaro comenzó a cantar, el caballo a comer y la princesa dejó de llorar.

—¿Qué significa esto? —preguntó el rey sorprendido.

—No lo sé —dijo la princesa—. Antes estaba muy triste, pero ahora estoy contenta, como si mi legítimo esposo hubiese llegado.

Entonces le contó al rey todo lo sucedido, a pesar de las amenazas de muerte de los dos hermanos si los traicionaba.

El rey convocó a todos los que estaban en el patio en ese momento, lo que también implicaba al hijo menor vestido con los andrajos del anciano. Pero nada más verlo, la princesa lo reconoció y se le arrojó al cuello.

Los dos hermanos fueron detenidos y ajusticiados, y el menor se casó con la princesa y se convirtió en el heredero del reino.

Pero, ¿qué fue del zorro? Mucho tiempo después, el hijo del rey se adentró en el bosque y se encontró con el animal.

—Tienes todo lo que puedes desear. En cambio, mi desgracia no tiene fin, a pesar de que está en tu poder salvarme.

Y de nuevo, le suplicó que le matase y le quitase la cabeza y las patas.

Al final lo hizo, y en cuanto ocurrió el zorro se convirtió en una persona, nada más y nada menos que el hermoso hermano de la princesa, que por fin se había deshecho del hechizo en el que había caído. Y ya nada faltó para que todos viviesen felices y contentos hasta el final de sus días.



El pájaro de oro - Der goldene Vogel, es el cuento número 57 del libro "Cuentos de la infancia y del hogar" escrito por los hermanos Grimm.

Nunca había leído este cuento. Me ha parecido muy al estilo de los hermanos Grimm, aunque me habría gustado degollar al príncipe por estúpido. La primera vez que pasa de hacerle caso al zorro es pasable, puede que ye haya engañado para quedarse él con el pájaro, o vete tú a saber, pero ¿el resto? Y esto es algo que me indigna bastante, ¿qué valor se enseña con este cuento? ¿No escuches a los más sabios? ¿No sigas sus consejos? ¿Haz lo que te de la real gana pues al final todo va a salir mejor de lo que tenías pensado?

No sé, estos cuentos en los que los protagonistas siempre tienen suerte sin importar lo que hagan no me terminan de convencer.

¿Qué os ha parecido a vosotros? ¿Los conocíais?

________ 


Y colorín colorado, este cuento se ha acabado... pero aún quedan muchos más cuentos que leer, muchas historias por recordar y otras tantas por descubrir. ¿Te vienes? Cuentos de los hermanos Grimm.

¡Un saludo!



4 comentarios:

  1. Me hiciste pasar un buen rato recordando los cuentos que leía de chico.
    Te felicito por promover la lectura.
    Saludos.

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  2. Ya ni me acuerdo de la última vez que leí un cuento...me encantó��

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    1. Buenas, Lola. Pues en el apartado de cuentos tienes una selección bastante amplia. Todos son de los hermanos Grimm traducidos por mí. Espero que los disfrutes.

      ¡Un saludo!

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